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27.3.05

Jet lag

Hoy tengo poca cosa que contar. Ayer tuve la reunión relámpago con Jun, que me enseñó las nuevas viñetas del cómic y los nuevos diseños de personajes. El martes toca la siguiente, ya con las pilas bien cargadas, que nos hemos propuesto tener el 1r número acabado para el 15 de mayo. A ver si después del verano está en las librerías...

He empezado ya la novela. De momento sólo son unas pocas líneas, pero espero empezar a coger el ritmillo y lanzarme de cabeza. También es un proyecto que me gustaría acabar antes de irme a Irlanda en verano, así que más me vale dedicarle horas.

Y como la parte de diario ya está, he decidido explicar mis peripecias en el aeropuerto de Milán, apenas hace 6 días...

Mi semana en Nápoles sólo tuvo 2 problemas: tener que despedirme de la gente (sobretodo de Antonella), y la escala en Milán.
El avión salió de Nápoles a las 6.40 de la mañana. Es decir, dormí poco más de 3 horas, y sobre las 5 salí de casa de Antonella. Su hermano Francesco fue quien me llevó al aeropuerto, que ella trabajaba.

Llegamos a Milán a la hora prevista. Sin problemas. Aproveché el rato de espera para echar un vistazo al duty free, compras de última hora. ¡Y vamos a embarcar, que ya hay ganas de llegar, ducharme e irme a la cama!

Subimos al avión, tras los típicos apretujones en el autobús borreguero de embarque, que primero fue hacia el avión que no era... Me senté en mi asiento y cerré los ojos. Un rato más tarde el piloto dijo que sentía el retraso, pero había problemas con el embarque de equipajes, así que aún tardaríamos unos minutos más.

Una hora más tarde nos comunicaron que en realidad el problema era del avión, y era más grave de lo que pensaban, así que íbamos a tener que volver al aeropuerto. Bien, no problemo, volvamos a ver qué pasa...

¡Oh, sorpresa! Nadie nos explicaba qué pasaba, la gente empezó a crisparse, la crispación se convirtió en cabreo, hasta que un italiano se puso a gritar a las chicas de la puerta de embarque. Con él se animó el cotarro, y hubo gritos en varios idiomas: español, italiano, francés, inglés...
Otro italiano se autonominó defensor de las chicas, y le gritó al primero que las dejara hacer su trabajo sin gritar, a lo que el otro se sulfuró y aulló que no se metiera, que ellas no estaban haciendo nada. Y de ahí ambos se pusieron a ver quién gritaba más, hasta el punto que creí que habría hostias y decidí ponerme a una distancia prudencial. Mientras seguía esperando información, me senté en un banco cercano.
A mi lado se sentó un indio (de la Índia), que no hablaba ni español, ni italiano, ni inglés. Me enseñó un papel con un número de teléfono con prefijo español y me dijo algo que no entendí. Pero parecía que me preguntaba por el número, así que le dije que el 0034 era el prefijo español, así que no lo tendría que marcar una vez en España. El resto era el número de un móbil. Me tendió la mano, que estreché con mucho gusto, pero por lo visto él no. Se enfadó porque no me quería dar la mano, sino que me pedía mi móbil para hacer la llamada. Le dije que no (aunque hubiese estado dispuesto a aceptar, no me quedaba saldo, estaba esperando a que mis padres me pusieran algo para poder comunicarme con ellos), así que se fue a buscar a otro primo. Una mujer argentina que estaba al lado había escuchado la conversación y me preguntó un par de cosas sobre teléfonos españoles, y luego me pidió que le fuera traduciendo la información que pillaba en italiano.

Finalmente, hacia las 12.30 conseguí agenciarme un tíquet de comida, y nos prometieron que a las 14.55 tendríamos nuestro vuelo a Barcelona. Aún no se sabía la puerta de embarque, tendríamos que estar pendientes.

En el restaurante, todo bien. Conocí a un matrimonio de Bangladesh (toda la Índia se viene aquí), que iban a Lloret, a ayudar en uno de los 3 bazares que tiene un hijo suyo. Querían venir antes, pero el marido trabajaba hasta el día anterior.

De allí subí un rato a la zona de tiendas, donde dormí un poco, de aquella manera (intentad dormir en una butaca minúscula cogiendo la mochila para que nadie la robe, mientras mucha gente pasa a tu alrededor y luego me decís).

Sobre las 14.00 fui a mirar la pantalla, a ver si ya se sabía la puerta de embarque. Antes de llegar, un pasajero del vuelo cancelado me informó, y nos pusimos a hablar. Como era italiano primero hablábamos en italiano, pero luego pasamos al español, que le era más fácil que a mí el italiano, porque viaja mucho a España. De hecho, tiene un piso cerca de donde vivo. Este hombre era Calabrés de nacimiento, pero ya llevaba 25 años viviendo en Milán, así que se consideraba de allí. Charlamos un buen rato, allí junto a la pantalla, donde vimos cómo aparecía un retraso de 15 minutos en el vuelo (pero dijimos que ya no nos vendría de 15 minutos). Incluso estuvimos bromeando con unos comerciales de American Express que teníamos al lado.

Cuando calculamos que era la hora de embarcar, nos dirigimos a la puerta, donde se estaba desarrollando un déjà-vu. La gente estaba rodeando la mesa, pidiendo información que seguía sin llegar. Esta vez el motivo de las preguntas era que ya era la hora de embarcar y no sólo estaba la puerta cerrada, sino que ni siquiera había llegado el autobús. Las chicas, haciendo gala nuevamente de gran profesionalidad, esquivaban las preguntas sin hacer ni puñetero caso, e incluso poniéndose bordes cuando la gente les replicaba.

De pronto, la hora de despegue cambió a las 15.40. Los gritos se hicieron más altos, los nervios más patentes, incluso mi nuevo amigo calabro-milanés se fue a llamar a la policía, mientras uno de los dos gritones de la mañana gritaba (qué otra cosa iba a hacer) que se avergonzaba de ser italiano (volábamos con alitalia), y otro, en inglés americano, pedía que bajara el presidente del aeropuerto, el de alitalia y el del país, a solucionar aquello. Un cubano intentaba infructuosamente llamar la atención de la chica ("oye jefa, te 'toy hablando"), hasta que ella se giró y le dijo que le hablara en inglés o italiano. Luego dijeron en italiano que no tenían información, que era cosa del piloto. Los españoles gritaron que querían que hablaran en inglés o español. Uno aventuró que si el piloto tenía información, que viniera a darla, y que si ellas no la tenían, ya se podían ir a casa. Una así lo hizo, y llegó un sustituto que hizo poco más. Se limitó a procesar las cancelaciones de los que querían cambiar de compañía. Alguien dijo que alitalia era una mierda de compañía, a lo que la chica respondió con el tono más borde que fue capaz de usar, "pues cambie de compañía, a mí me da igual, yo trabajo para el aeropuerto, no para alitalia". Los gritos entonces clamaban para que alguien de alitalia viniera a tomar responsabilidades.
A todo esto llegó la policía, hacia las 16.15, más o menos cuando decidieron calmarnos subiéndonos al avión ("así al menos será el piloto quien los aguante", pude oír en italiano). La gente empezó a aplaudir al ver que algo se resolvía (menos los que habíamos oído y entendido el comentario).

Embarcamos, y por fin las cosas empezaron a cambiar. El personal de vuelo (aquí debo partir una lanza a favor de alitalia, que apuesta por la igualdad de sexos: en vez de tener a mujeres-objeto como azafatas, en ese avión había un hombre medio calvo y gordo, y otro metrosexual) intentó acomodarnos y tranquilizarnos (sólo les faltó ponerse a contar chistes), y pronto el piloto empezó a darnos la información que tanto pedíamos. Resulta que en Barcelona había mucha niebla y desde Bruselas no nos daban permiso de aterrizaje antes de las 18.30. El piloto estaba explicando la situación, intentando adelantar la hora. Por fin todo el mundo se calmó. Menos el hombre sentado a mi lado, un tipo medio árabe que venía de pasar un mes en Egipto, y que a pesar de su anillo de boda se comía con la mirada a cada chica que pasaba por al lado, mientras no dejaba de proferir insultos y tacos contra alitalia, los pilotos y la madre que los parió. Lo más curioso es que este hombre no hablaba ni entendía inglés ni italiano, así que entre taco y taco me pedía que le tradujera lo que decía el piloto.

Yo estaba ya agotado, y trataba de dormir, pero el hombre no me dejaba porque hablaba solo, en voz alta, así que me puse a hacer crucigramas, pero entonces me hablaba a mí al verme con los ojos abiertos y no me podía concentrar. Por fin, a las 17.00 despegamos, entre aplausos, y dio comienzo la visita turística. El piloto nos fue informando de la ruta que seguíamos, e hizo de guía ("si miran a la derecha podrán ver el Monte Rosso"), hasta que llegamos a la Costa Azul, momento en que nos metimos de cabeza en el banco de niebla más denso que he visto en mucho tiempo, así que pasó a comentar cualquier detalle que se le ocurría, como el de la temperatura fuera del avión (50 bajo cero), el clima en Barcelona, la velocidad de vuelo...

Hasta que por fin, a las 18.15, aterrizamos en Barcelona. Lo peor había pasado. O no. El tipo del avión no se despegaba de mí, y no dejaba de preguntarme cómo iba a casa y cuánta gente venía a buscarme, y se lamentaba de que su hermano ya no estaría en el aeropuerto. Yo le insistía en que con el retraso habría venido toda mi familia, coche lleno, mala suerte, busca a otro o coge el tren. Por suerte, él no tenía que coger equipaje, así que le dije que el equipaje de nuestro vuelo estaba en la zona C, el lado contrario del aeropuerto, y su salida al tren en la zona A. En cuanto lo perdí de vista fui a la zona A a por mi equipaje y salí a ser recibido sólo por mi padre, como esperaba (mi madre estaría en casa cuidando de mi abuela).

Y, como se suele decir, el resto es historia...