El Fòrum de les Cultures da sus últimos coletazos después de muerto. En cierto modo es normal, no olvidemos que fue un D.O.A., ya estaba frío y rígido en el momento de su concepción.
Y ahora ha vuelto de entre los muertos para lanzar su última carcajada (al menos, espero que sea la última; tiemblo de pensar en cómo sería una más...). Se han hecho públicas las cifras de tan magno acontecimiento: 400.000€ de déficit. Y todos sabemos de dónde va a salir esa cantidad.
¿Cómo podemos tener un alcalde tan inútil? En pocos años está convirtiendo Barcelona, una ciudad que estaba abierta al mar, que tenía un aire europeo como París, en una mole que pretende imitar a NY. Rascacielos y torres raras que nos tapan la visión del Mediterráneo, que crean un skyline horrible.
Por si eso no fuera poco, nos deleita con imágenes como la que presenciamos durante la rua de carnaval ofrecida por Carlinhos Brown el verano pasado. Allí pudimos ver a nuestro barceloní Joan Clos subido a una carroza, "bailando" (permitid que lo entrecomille...). Esa situación además sirve de bella alegoría del mundo político: mientras el verdadero artista de la función está a pie de calle cantando y bailando con la gente, el alcalde está subido a la carroza, por encima del populacho, en su propia fiesta particular, donde las cámaras puedan verle bien.
¡Pero no se vayan todavía; aún hay más! Cada vez que comparece en el pleno del ayuntamiento, los humoristas radiofónicos se preparan para hacer sus programas. Cuando Clos abre la boca, siempre acaba soltando perlas lingüísticas, gramaticales, fonéticas... Como sus "amb sense aturador", o "els anys perduts de vida abans de que et toqui morir, diguem".
Eso sí, ahora por una vez será él quien se ría. Se ha gastado nuestro dinero en el acontecimiento más inútil de la historia de nuestra ciudad. Al menos, desde el punto de vista del ciudadano de a pie. Para los empresarios hoteleros y los especuladores inmobiliarios ha sido un regalo caído del cielo. La zona del Besòs se ha limpiado de chabolas que afeaban el panorama, y en su lugar han plantado enormes hoteles y edificios a precios más increíbles que el diseño del edificio de gas natural. Y ahora las chabolas están junto a la autopista de Sabadell.
¿Hasta dónde va a llegar? ¿Hasta el punto de que odiemos nuestra ciudad, de la que siempre hemos estado orgullosos, sobretodo después de las Olimpiadas? ¿Hasta que la gente de clase media deje de vivir en Barcelona? ¿O simplemente hasta que se le acabe el chollo?
¡Maragall, por favor, deja la Generalitat y vuelve a la alcaldía! O que venga el Trias, aunque sea de CiU...
Carlinhos Brown for major!!
25.12.04
24.12.04
Deudas de sangre
Anoche fui a cenar a un japonés cerca de la calle Ferrán. A las 21.30 llegamos a la esquina con Ramblas, y asistimos a un espectáculo propio de 28 días después.
Cabinas de teléfono implosionadas, cajeros destruídos, locales de fast-food arrasados, restos carbonizados, pánico general...
Pregunté a un camarero qué había pasado y me dijo que una manifestación de okupas y anarquistas. Al menos, iban todos con sus símbolos.
Protestaban contra la violencia skin-head que durante las fiestas de Gracia acabó provocando una víctima mortal. Es un motivo encomiable a la hora de hacer manifestaciones. La verdad es que la violencia neofascista (incluyo tanto los neonazis como los neofranquistas) es un lastre de la sociedad en la que vivimos. Existen cada vez más grupos que usan la violencia contra los demás como seña de identidad. Incluso hay grupos femeninos que llegan a dar más miedo que los masculinos, como las skingirls.
Hay un dicho que dice que si no puedes con tu enemigo, únete a él. Pero no nos equivoquemos: no podemos luchar contra la violencia siendo violentos. No podemos aprovechar cualquier excusa para destrozar cajeros y mcdonalds. Una cosa es una manifestación antifascista o pacifista, otra anticapitalista. Y aún otra cosa es el puro vandalismo. Además, ¿qué culpa tienen de todo ello los pobres chicos y chicas que atienden tras el mostrador del mcdonalds durante horas y horas y que cobran a veces sueldos irrisorios? Ésos son los que reciben los golpes de esos "anticapitalistas", ésos los que se asustan cuando ven sillas atravesar las ventanas...
Se supone que somos seres civilizados, y si criticamos a un sector por ser violento, ¿cómo podemos legitimar nuestra palabra si hacemos lo mismo que ellos?
Cabinas de teléfono implosionadas, cajeros destruídos, locales de fast-food arrasados, restos carbonizados, pánico general...
Pregunté a un camarero qué había pasado y me dijo que una manifestación de okupas y anarquistas. Al menos, iban todos con sus símbolos.
Protestaban contra la violencia skin-head que durante las fiestas de Gracia acabó provocando una víctima mortal. Es un motivo encomiable a la hora de hacer manifestaciones. La verdad es que la violencia neofascista (incluyo tanto los neonazis como los neofranquistas) es un lastre de la sociedad en la que vivimos. Existen cada vez más grupos que usan la violencia contra los demás como seña de identidad. Incluso hay grupos femeninos que llegan a dar más miedo que los masculinos, como las skingirls.
Hay un dicho que dice que si no puedes con tu enemigo, únete a él. Pero no nos equivoquemos: no podemos luchar contra la violencia siendo violentos. No podemos aprovechar cualquier excusa para destrozar cajeros y mcdonalds. Una cosa es una manifestación antifascista o pacifista, otra anticapitalista. Y aún otra cosa es el puro vandalismo. Además, ¿qué culpa tienen de todo ello los pobres chicos y chicas que atienden tras el mostrador del mcdonalds durante horas y horas y que cobran a veces sueldos irrisorios? Ésos son los que reciben los golpes de esos "anticapitalistas", ésos los que se asustan cuando ven sillas atravesar las ventanas...
Se supone que somos seres civilizados, y si criticamos a un sector por ser violento, ¿cómo podemos legitimar nuestra palabra si hacemos lo mismo que ellos?
22.12.04
Un chorro de optimismo
Estoy contento. Agotado hasta decir basta, pero contento.
Por si no tenía bastantes proyectos abiertos, ya me he enfrascado en uno más, mi primer largo, que espero que llegue el año que viene.
De momento he empezado a escribir algunas escenas, y ya tengo definidos los protagonistas y el argumento. También las tramas de cada personaje. Incluso tengo pensados a la mayoría de los actores. El único problema es que ellos aún no lo saben. Sin embargo, hoy lo he comentado con una de las actrices, que se ha entusiasmado. Por ahora parece que la idea gusta. Hace reír, que es la intención. Eso me hace feliz.
Por si fuera poco, el proyecto que tengo para serie de cómics va avanzando. Poquito a poco, pero cada día está un paso más cerca. Ayer el dibujante me dijo que tiene novedades y sorpresas para mí, que el nivel está subiendo. A ver si cuando esté acabado lo vendemos y da frutos.
Hay días que me siento perdido. Demasiados proyectos, demasiados cajones etiquetados en mi mente, que la pobre no da para más. Hay días en los que tengo la impresión de estar abarcando más de lo que puedo; me pregunto qué demonios estoy intentando demostrar. Hay días en los que lo dejaría todo por falta de energías.
Y luego llegan esos días en los que la gente aprecia tu trabajo. En los que allí en el horizonte puedes atisbar un punto distinto de esa eterna línea plana. Y sabes que ese punto va a ir creciendo hasta tomar forma. La forma que convierte un proyecto en un producto. Tal vez estos proyectos lleguen a buen puerto; tal vez no. Pero estoy dispuesto a dar todo lo que tengo por llevarlos al menos hasta el final del proceso, hasta poder ponerles la etiqueta de "completo". Luego ya se verá. A lo mejor aún tengo que madurar profesionalmente. Seguro. Pero para ello hace falta trabajo y dedicación, y por fin estoy en ese momento en que tengo ganas de poner un poco de ambas.
Me siento optimista. Y en navidad. Eso es más de lo que puedo pedir. En cierto modo, me ha tocado la lotería, aunque no económicamente.
Por si no tenía bastantes proyectos abiertos, ya me he enfrascado en uno más, mi primer largo, que espero que llegue el año que viene.
De momento he empezado a escribir algunas escenas, y ya tengo definidos los protagonistas y el argumento. También las tramas de cada personaje. Incluso tengo pensados a la mayoría de los actores. El único problema es que ellos aún no lo saben. Sin embargo, hoy lo he comentado con una de las actrices, que se ha entusiasmado. Por ahora parece que la idea gusta. Hace reír, que es la intención. Eso me hace feliz.
Por si fuera poco, el proyecto que tengo para serie de cómics va avanzando. Poquito a poco, pero cada día está un paso más cerca. Ayer el dibujante me dijo que tiene novedades y sorpresas para mí, que el nivel está subiendo. A ver si cuando esté acabado lo vendemos y da frutos.
Hay días que me siento perdido. Demasiados proyectos, demasiados cajones etiquetados en mi mente, que la pobre no da para más. Hay días en los que tengo la impresión de estar abarcando más de lo que puedo; me pregunto qué demonios estoy intentando demostrar. Hay días en los que lo dejaría todo por falta de energías.
Y luego llegan esos días en los que la gente aprecia tu trabajo. En los que allí en el horizonte puedes atisbar un punto distinto de esa eterna línea plana. Y sabes que ese punto va a ir creciendo hasta tomar forma. La forma que convierte un proyecto en un producto. Tal vez estos proyectos lleguen a buen puerto; tal vez no. Pero estoy dispuesto a dar todo lo que tengo por llevarlos al menos hasta el final del proceso, hasta poder ponerles la etiqueta de "completo". Luego ya se verá. A lo mejor aún tengo que madurar profesionalmente. Seguro. Pero para ello hace falta trabajo y dedicación, y por fin estoy en ese momento en que tengo ganas de poner un poco de ambas.
Me siento optimista. Y en navidad. Eso es más de lo que puedo pedir. En cierto modo, me ha tocado la lotería, aunque no económicamente.
21.12.04
Terror festivo
Esta semana es Navidad.
Sí, vuelvo a mi tema recurrente preferido. Así que si te cansa, no leas más. Pero esta vez no voy a hablar de la fiesta en sí, con ese tono de El club de la comedia de otras veces. Hoy, en un momento egocéntrico (uno de tantos), voy a hablar de mis navidades.
No em barrufa la Navidad, como diría el pitufo gruñón (lo siento, pero estoy más acostumbrado al barrufar que al pitufar). Y es que cada vez más son unas fechas que miro temblando, preparado para la caída del zapato. En su obra Sin la sombra de las torres, Art Spiegelman descubre el significado de una tremenda metáfora: tirar el otro zapato. En una tira muy breve, un hombre llega por la noche borracho a casa. Se quita el primer zapato, que cae de forma muy ruidosa al suelo. El segundo se lo quita con cuidado para no molestar a los vecinos y se va a dormir. Un rato más tarde los vecinos de abajo le gritan que lance el otro zapato para poder irse a dormir tranquilos.
El estado de espera es peor que las sorpresas desagradables. Cuando tenemos una expectativa, ya sea positiva o negativa, nos quedamos sin poder hacer nada.
Eso es lo que me pasa en Navidades. No en el día de Navidad en sí, sino en todo el período festivo. Sé que algo pasará. Siempre pasa algo.
De pequeñito, salí de casa el día 31 a comprar un par de cosas al mercado de Les Corts, mi antiguo barrio. Por el camino, fui víctima de mi primer atraco. Volví a casa temblando, asustado, buscando el cobijo de lo conocido... Para oir en boca de mis padres que mi abuelo acababa de morir.
Otro año decidí irme de vacaciones a Londres. Un amigo se vino un par de días, y yo me quedé un total de ocho. O debería decir nueve. El día de mi regreso, nevó. Nevó tanto que la pista de aterrizaje se heló y me cancelaron el vuelo. Tuve que pasar la noche en el aeropuerto, sin nadie a quien conociera, con mi maleta a rastras cuando iba al lavabo, soportando la megafonía que no dejaba dormir. Y es que como eran motivos ajenos a British Airways, no nos dieron ni alojamiento ni cena ni nada. A las 6 de la mañana fui a embarcar al primer vuelo a Barcelona. Me dijeron que no tenía plaza garantizada. Se guardaban mi billete hasta 10 minutos antes del despegue. Si entonces faltaba alguien del pasaje, yo me quedaría con su plaza. Si llegaban todos a tiempo, pues a esperar al siguiente vuelo, a las 3 de la tarde. Mismo sistema, y si no, a Luton, a la otra punta de Londres... Tuve suerte, con las carreteras heladas falló medio pasaje y me dieron asiento en primera clase. Pero lo habría disfrutado más si no fuera por el momento en que los motores del lado derecho dejaron de oirse, y el avión cayó en picado unos segundos que parecieron horas, justo cuando estábamos sobrevolando los Pirineos...
Y aún otro año más, fuimos a cenar a casa de mi tía en nochebuena. Durante la cena sonó el teléfono. Se hizo el silencio, porque ya sabíamos todos qué clase de noticias eran. Nos llamaban del hospital, donde mi tío llevaba ingresado ya mucho tiempo, empeorando día a día por un cáncer ya en estado terminal contra el que llevaba luchando más años de los que he vivido yo. Esa noche lloré por primera vez en más de diez años.
Por eso cada año cuando llegan estas fiestas me asusto. Son fiestas gafes, que no me alegran el espíritu. Pero no quiero ponerme pesimista, sólo catastrofista. Intento no deprimirme, simplemente me preparo para el golpe del otro zapato. Por lo demás, pienso disfrutar cada día que pueda en estas fiestas.
Al menos todo lo que me permita el trabajo...
Sí, vuelvo a mi tema recurrente preferido. Así que si te cansa, no leas más. Pero esta vez no voy a hablar de la fiesta en sí, con ese tono de El club de la comedia de otras veces. Hoy, en un momento egocéntrico (uno de tantos), voy a hablar de mis navidades.
No em barrufa la Navidad, como diría el pitufo gruñón (lo siento, pero estoy más acostumbrado al barrufar que al pitufar). Y es que cada vez más son unas fechas que miro temblando, preparado para la caída del zapato. En su obra Sin la sombra de las torres, Art Spiegelman descubre el significado de una tremenda metáfora: tirar el otro zapato. En una tira muy breve, un hombre llega por la noche borracho a casa. Se quita el primer zapato, que cae de forma muy ruidosa al suelo. El segundo se lo quita con cuidado para no molestar a los vecinos y se va a dormir. Un rato más tarde los vecinos de abajo le gritan que lance el otro zapato para poder irse a dormir tranquilos.
El estado de espera es peor que las sorpresas desagradables. Cuando tenemos una expectativa, ya sea positiva o negativa, nos quedamos sin poder hacer nada.
Eso es lo que me pasa en Navidades. No en el día de Navidad en sí, sino en todo el período festivo. Sé que algo pasará. Siempre pasa algo.
De pequeñito, salí de casa el día 31 a comprar un par de cosas al mercado de Les Corts, mi antiguo barrio. Por el camino, fui víctima de mi primer atraco. Volví a casa temblando, asustado, buscando el cobijo de lo conocido... Para oir en boca de mis padres que mi abuelo acababa de morir.
Otro año decidí irme de vacaciones a Londres. Un amigo se vino un par de días, y yo me quedé un total de ocho. O debería decir nueve. El día de mi regreso, nevó. Nevó tanto que la pista de aterrizaje se heló y me cancelaron el vuelo. Tuve que pasar la noche en el aeropuerto, sin nadie a quien conociera, con mi maleta a rastras cuando iba al lavabo, soportando la megafonía que no dejaba dormir. Y es que como eran motivos ajenos a British Airways, no nos dieron ni alojamiento ni cena ni nada. A las 6 de la mañana fui a embarcar al primer vuelo a Barcelona. Me dijeron que no tenía plaza garantizada. Se guardaban mi billete hasta 10 minutos antes del despegue. Si entonces faltaba alguien del pasaje, yo me quedaría con su plaza. Si llegaban todos a tiempo, pues a esperar al siguiente vuelo, a las 3 de la tarde. Mismo sistema, y si no, a Luton, a la otra punta de Londres... Tuve suerte, con las carreteras heladas falló medio pasaje y me dieron asiento en primera clase. Pero lo habría disfrutado más si no fuera por el momento en que los motores del lado derecho dejaron de oirse, y el avión cayó en picado unos segundos que parecieron horas, justo cuando estábamos sobrevolando los Pirineos...
Y aún otro año más, fuimos a cenar a casa de mi tía en nochebuena. Durante la cena sonó el teléfono. Se hizo el silencio, porque ya sabíamos todos qué clase de noticias eran. Nos llamaban del hospital, donde mi tío llevaba ingresado ya mucho tiempo, empeorando día a día por un cáncer ya en estado terminal contra el que llevaba luchando más años de los que he vivido yo. Esa noche lloré por primera vez en más de diez años.
Por eso cada año cuando llegan estas fiestas me asusto. Son fiestas gafes, que no me alegran el espíritu. Pero no quiero ponerme pesimista, sólo catastrofista. Intento no deprimirme, simplemente me preparo para el golpe del otro zapato. Por lo demás, pienso disfrutar cada día que pueda en estas fiestas.
Al menos todo lo que me permita el trabajo...
20.12.04
Lágrimas con forma de euros
¿A qué clase de sociedad hemos llegado? ¿Dónde está la humanidad en este mundo "civilizado" de occidente? ¿Qué valores hemos puesto en la cima de la escala?
Ayer me tocó pasar toda la tarde en mostrador. Vi de todo y más. Pero un caso me impactó. Una mujer de mediana edad vino a devolver un teléfono inalámbrico de 80 y algo euros. Lo había comprado el 20 de noviembre para regalárselo a su marido por su cumpleaños, que fue hace 2 días. El vendedor de turno le dijo que no había problema: si a su marido no le gustaba, incluso aunque lo hubiera probado, podía volver a cambiarlo e incluso devolverlo.
Primer problema: pasados 7 días la devolución no es posible, a menos que el tíquet lleve un sello firmado con fecha del día de compra y la nueva fecha de extensión (en este caso como mínimo el día de ayer). Pero ese vendedor se pasó eso por el forro, ansioso como estaba por vender y probar a llegar a los objetivos de la sección para llevarse una nimia comisión a final de mes.
Llegó el día del cumpleaños y la buena mujer le dio el regalo con toda la ilusión del mundo al marido. Éste lo abrió y primero decidió probarlo, por demostrar que aprecia la sorpresa de su mujer. Sin embargo, se lo repiensa y, ya que a veces van algo justos de dinero, cree más útil comprar herramientas para la casa, como un taladro o destornilladores.
Nuestra mujercita coge el regalo y vuelve a la tienda para ver si puede recuperar el dinero para hacer la otra compra. Como en este establecimiento no se venden herramientas se trataría de devolver el dinero para que lo usara en lo que realmente necesitaba.
Vi el tíquet y el problema. Llamé a mi supervisor que fue tajante: no hay dinero (a todo esto, yo tenía delante las cifras de venta del día en todas las sucursales de España, y sólamente en las 3 que hay en Barcelona a esas horas ya superaban los 700000 euros de caja). Tras explicar el caso, dijo que por ser fechas navideñas y como caso ultra-mega-híper-especial (y asegurarse de que se lo hacía saber a la clienta) se le haría un vale de compra para que se gastara ese dinero en otros artículos.
Se lo expliqué. Casi se me echa a llorar. Se me cayó el alma a los pies.
Volví a llamar al supervisor, que se negó a subir al mostrador (dijo tener algo importante entre manos que no podía dejar... ¿hay algo más importante que una señora al borde de las lágrimas?), pero volvió a dejar claro que nada de devolver el dinero. Me mandó buscar a otro supervisor.
Le encontré (al otro) y volví a relatar el caso, mientras la mujer le volvía a explicar la situación a mi compañera de mostrador. Finalmente conseguí que este otro supervisor viniera. Le enseñé el teléfono de la discordia, que estaba en perfecto estado.
Acabó firmándome una autorización para devolver el dinero.
Ayer, por unos segundos, existió la justicia en el mundo consumista. La mujer se pasó los siguientes minutos agradeciendo el gesto hecho por ella. Viendo esa sonrisa auténtica llegar a una cara que un momento antes trataba de esconder unas lágrimas que se iban formando poco a poco, ¿a quién le interesan las comisiones? A mí NO.
Ayer me tocó pasar toda la tarde en mostrador. Vi de todo y más. Pero un caso me impactó. Una mujer de mediana edad vino a devolver un teléfono inalámbrico de 80 y algo euros. Lo había comprado el 20 de noviembre para regalárselo a su marido por su cumpleaños, que fue hace 2 días. El vendedor de turno le dijo que no había problema: si a su marido no le gustaba, incluso aunque lo hubiera probado, podía volver a cambiarlo e incluso devolverlo.
Primer problema: pasados 7 días la devolución no es posible, a menos que el tíquet lleve un sello firmado con fecha del día de compra y la nueva fecha de extensión (en este caso como mínimo el día de ayer). Pero ese vendedor se pasó eso por el forro, ansioso como estaba por vender y probar a llegar a los objetivos de la sección para llevarse una nimia comisión a final de mes.
Llegó el día del cumpleaños y la buena mujer le dio el regalo con toda la ilusión del mundo al marido. Éste lo abrió y primero decidió probarlo, por demostrar que aprecia la sorpresa de su mujer. Sin embargo, se lo repiensa y, ya que a veces van algo justos de dinero, cree más útil comprar herramientas para la casa, como un taladro o destornilladores.
Nuestra mujercita coge el regalo y vuelve a la tienda para ver si puede recuperar el dinero para hacer la otra compra. Como en este establecimiento no se venden herramientas se trataría de devolver el dinero para que lo usara en lo que realmente necesitaba.
Vi el tíquet y el problema. Llamé a mi supervisor que fue tajante: no hay dinero (a todo esto, yo tenía delante las cifras de venta del día en todas las sucursales de España, y sólamente en las 3 que hay en Barcelona a esas horas ya superaban los 700000 euros de caja). Tras explicar el caso, dijo que por ser fechas navideñas y como caso ultra-mega-híper-especial (y asegurarse de que se lo hacía saber a la clienta) se le haría un vale de compra para que se gastara ese dinero en otros artículos.
Se lo expliqué. Casi se me echa a llorar. Se me cayó el alma a los pies.
Volví a llamar al supervisor, que se negó a subir al mostrador (dijo tener algo importante entre manos que no podía dejar... ¿hay algo más importante que una señora al borde de las lágrimas?), pero volvió a dejar claro que nada de devolver el dinero. Me mandó buscar a otro supervisor.
Le encontré (al otro) y volví a relatar el caso, mientras la mujer le volvía a explicar la situación a mi compañera de mostrador. Finalmente conseguí que este otro supervisor viniera. Le enseñé el teléfono de la discordia, que estaba en perfecto estado.
Acabó firmándome una autorización para devolver el dinero.
Ayer, por unos segundos, existió la justicia en el mundo consumista. La mujer se pasó los siguientes minutos agradeciendo el gesto hecho por ella. Viendo esa sonrisa auténtica llegar a una cara que un momento antes trataba de esconder unas lágrimas que se iban formando poco a poco, ¿a quién le interesan las comisiones? A mí NO.
19.12.04
Darwin se equivocó
Los de seguridad de la tienda en la que trabajo estas navidades han pillado a una joven asiática robando. Se llevaba (o intentaba) una funda para móvil, de esas de punto, que parecen calcetines que uno compraría en el Prénatal. El artículo en cuestión tiene un valor de 2.95€.
El precio a pagar por ser atrapado robando es el de tener que comprar el objeto, y sellan el tíquet para impedir una devolución. Si el precio supera un determinado nivel, además se llama a la policía. Éste no era el caso. La cuestión es que la chica pagó, pero luego se negó a llevarse el "cuerpo del delito" a casa. Dicho de otra manera, regaló esos 2,95€ a la tienda. ¿Por qué?
Porque, reconozcámoslo, nos movemos por instinto. Aquí posiblemente el tema no era conseguir esa funda sinó llevarse algo de forma ilegal. Era la búsqueda de ese subidón de adrenalina, ese éxtasis del peligro que se obtiene cuando hacemos lo que no nos está permitido.
Según Darwin el homo sapiens está en la cúspide de la escala evolutiva. Se nota que el que "inventó" esa escala era un homo sapiens... Intentemos buscar las diferencias que nos separan de otras especies animales que supuestamente están por debajo nuestro. Igual que ellas el instinto nos puede; por mucho que seamos racionales (aún nadie me lo ha demostrado), nos vemos dominados por las "necesidades biológicas", como el comer o el sexo.
Hace años se hizo un experimento con ratas. No lo describiré aquí en detalle porque no quiero equivocarme (si me lee alguien que sepa los detalles, que los comente, por favor). Pero creo recordad que consistía en que algunas ratas se les ponía comida en un lado y en el otro un botón que cuando lo apretaban se les inyectaba una droga. Y muchas murieron de sobredosis.
¿Nadie ve el parecido con el comportamiento del homo sapiens?
Se supone que somos capaces del raciocinio. Sin embargo un simple vistazo a un periódico cualquiera nos demuestra cómo los más bajos instintos nos llevan a cometer las mayores atrocidades, como la violencia de género, las guerras, la sobreexplotación del mundo para obtener riquezas, etc...
Tal vez ahí radique la diferencia: los demás animales tienen instinto de supervivencia y conservación, que incluye, en la mayoría de los casos (excepto en los parásitos y las plagas) un cierto mecanismo que permite también la conservación de su entorno natural. Nosotros simplemente nos cargamos todo lo que nos rodea si creemos que sacaremos provecho. A veces incluso cuando sabemos que no sacaremos nada, sólo por el placer de destruir.
Ah, sí, y también somos la única especie que practica el sexo mirándose a la cara...
El precio a pagar por ser atrapado robando es el de tener que comprar el objeto, y sellan el tíquet para impedir una devolución. Si el precio supera un determinado nivel, además se llama a la policía. Éste no era el caso. La cuestión es que la chica pagó, pero luego se negó a llevarse el "cuerpo del delito" a casa. Dicho de otra manera, regaló esos 2,95€ a la tienda. ¿Por qué?
Porque, reconozcámoslo, nos movemos por instinto. Aquí posiblemente el tema no era conseguir esa funda sinó llevarse algo de forma ilegal. Era la búsqueda de ese subidón de adrenalina, ese éxtasis del peligro que se obtiene cuando hacemos lo que no nos está permitido.
Según Darwin el homo sapiens está en la cúspide de la escala evolutiva. Se nota que el que "inventó" esa escala era un homo sapiens... Intentemos buscar las diferencias que nos separan de otras especies animales que supuestamente están por debajo nuestro. Igual que ellas el instinto nos puede; por mucho que seamos racionales (aún nadie me lo ha demostrado), nos vemos dominados por las "necesidades biológicas", como el comer o el sexo.
Hace años se hizo un experimento con ratas. No lo describiré aquí en detalle porque no quiero equivocarme (si me lee alguien que sepa los detalles, que los comente, por favor). Pero creo recordad que consistía en que algunas ratas se les ponía comida en un lado y en el otro un botón que cuando lo apretaban se les inyectaba una droga. Y muchas murieron de sobredosis.
¿Nadie ve el parecido con el comportamiento del homo sapiens?
Se supone que somos capaces del raciocinio. Sin embargo un simple vistazo a un periódico cualquiera nos demuestra cómo los más bajos instintos nos llevan a cometer las mayores atrocidades, como la violencia de género, las guerras, la sobreexplotación del mundo para obtener riquezas, etc...
Tal vez ahí radique la diferencia: los demás animales tienen instinto de supervivencia y conservación, que incluye, en la mayoría de los casos (excepto en los parásitos y las plagas) un cierto mecanismo que permite también la conservación de su entorno natural. Nosotros simplemente nos cargamos todo lo que nos rodea si creemos que sacaremos provecho. A veces incluso cuando sabemos que no sacaremos nada, sólo por el placer de destruir.
Ah, sí, y también somos la única especie que practica el sexo mirándose a la cara...
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