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14.12.04

Padre e hijos

Anoche en el cine verdi asistí al prestreno de Padre e hijos (Père et fils), una película francesa sobre relaciones familiares. En ella, un padre (Phillipe Noiret, el proyeccionista de aquella magnífica Cinema Paradiso), harto de ver cómo dos de sus tres hijos no se hablan desde hace años, aprovecha un ataque de fatiga para hacerles creer que se está muriendo, y se los lleva de viaje a Canadá.

La película es muy recomendable, sobretodo por ser capaz de tocar unos temas tan sensibles como el aprovechar el tiempo que queda con la gente a la que quieres y a la que no (palabras del director, no mías) de forma que cuando menos te hace sonreír, sin caer en la frivolidad ni el dramatismo barato.

Pero lo interesante vino después. Hubo coloquio con Michel Boujenah (director y guionista) y Pascal Elbe (guionista y actor). Al principio parecía Boujenah estar rozando esa delgada línea que separa al gracioso del graciosillo. El encargado de presentar la velada fue un crítico de El Periódico, joven, tímido, nervioso. Parecía el típico empollón de la clase, el marginado, el que siempre levantaba la mano y sacaba buenas notas, y los demás lo dejaban de lado muchas veces (ains, que recuerdos me trae...). Empezó hablando mucho. Antes de la proyección presentó la película durante unos 10 minutos, y cuando le cedió el micro a Boujenah, éste comentó: "si hablo como él no vemos la peli hasta mañana". Y después de los créditos, volvieron para ese coloquio popular. Y Boujenah volvió a atacar. En un par de ocasiones corrigió comentarios del joven periodista, que claramente no cayeron muy bien (su cara era un poema).

Por suerte luego empezaron ya las risas por uno y otro lado. Aunque Boujenah parecía tener un placer especial en hablar durante diez minutos antes de pasarle el micro al traductor simultáneo, quien se las veía y deseaba para acordarse de todo.

En cambio, Pascal Elbe dio muestras de un humor mucho más sano. Si se metía con alguien era con Boujenah o consigo mismo. Creó una complicidad con el patio de butacas que no consiguió Boujenah con sus bromas hirientes. La gente se reía con él.

Y es que tal como dijo el director ayer, hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar. La risa necesita un ritmo, una complicidad, un "pacto" si se quiere llamar así. Lo que nos hace reír a nosotros molesta a gente de nuestras antípodas. No existe el humor universal. Pero se pueden establecer los códigos que nos permitan entrar en ese humor que se nos muestra. Siempre que exista un respeto mútuo, cosa que anoche no sucedió con el director, que intentó sin conseguirlo.

Por suerte sí que lo consigue en la película. Será que influye el hecho de haberla escrito con otras dos personas...

Otra cosa que también hay que reconocerle es el momento en que reclamó que los premios dejen de darse a los dramas y se den a las comedias (algo que llevo años pidiendo). ¿Por qué cuando tom Hanks hace de enfermo de Sida o de retrasado mental se lleva un Oscar(R) y cuándo Steve Martin se convierte en el director/productor de cine más cómico en Bowfinger nadie reconoce que es una de las comedias más inteligentes de los últimos años? Espero que esto cambie, que quiero dirigir una comedia el año que viene...

¡Mientras, intentad reír todos un poco, que dicen que alarga la vida! O cuando menos, fortalece la amistad conseguir un ambiente agradable a tu alrededor. ¡Ponga una sonrisa en su vida!

2 comentarios:

May dijo...

:-) Estoy muy de acuerdo con todo! muaks

Hugo C. dijo...

Víctor Hugo lo decía: La risa es la distancia más corta entre dos personas.

Hay que reírse, de uno mismo sobretodo, las cosas pasan más suavecitas. Es un buen lubricante.