Esta semana es Navidad.
Sí, vuelvo a mi tema recurrente preferido. Así que si te cansa, no leas más. Pero esta vez no voy a hablar de la fiesta en sí, con ese tono de El club de la comedia de otras veces. Hoy, en un momento egocéntrico (uno de tantos), voy a hablar de mis navidades.
No em barrufa la Navidad, como diría el pitufo gruñón (lo siento, pero estoy más acostumbrado al barrufar que al pitufar). Y es que cada vez más son unas fechas que miro temblando, preparado para la caída del zapato. En su obra Sin la sombra de las torres, Art Spiegelman descubre el significado de una tremenda metáfora: tirar el otro zapato. En una tira muy breve, un hombre llega por la noche borracho a casa. Se quita el primer zapato, que cae de forma muy ruidosa al suelo. El segundo se lo quita con cuidado para no molestar a los vecinos y se va a dormir. Un rato más tarde los vecinos de abajo le gritan que lance el otro zapato para poder irse a dormir tranquilos.
El estado de espera es peor que las sorpresas desagradables. Cuando tenemos una expectativa, ya sea positiva o negativa, nos quedamos sin poder hacer nada.
Eso es lo que me pasa en Navidades. No en el día de Navidad en sí, sino en todo el período festivo. Sé que algo pasará. Siempre pasa algo.
De pequeñito, salí de casa el día 31 a comprar un par de cosas al mercado de Les Corts, mi antiguo barrio. Por el camino, fui víctima de mi primer atraco. Volví a casa temblando, asustado, buscando el cobijo de lo conocido... Para oir en boca de mis padres que mi abuelo acababa de morir.
Otro año decidí irme de vacaciones a Londres. Un amigo se vino un par de días, y yo me quedé un total de ocho. O debería decir nueve. El día de mi regreso, nevó. Nevó tanto que la pista de aterrizaje se heló y me cancelaron el vuelo. Tuve que pasar la noche en el aeropuerto, sin nadie a quien conociera, con mi maleta a rastras cuando iba al lavabo, soportando la megafonía que no dejaba dormir. Y es que como eran motivos ajenos a British Airways, no nos dieron ni alojamiento ni cena ni nada. A las 6 de la mañana fui a embarcar al primer vuelo a Barcelona. Me dijeron que no tenía plaza garantizada. Se guardaban mi billete hasta 10 minutos antes del despegue. Si entonces faltaba alguien del pasaje, yo me quedaría con su plaza. Si llegaban todos a tiempo, pues a esperar al siguiente vuelo, a las 3 de la tarde. Mismo sistema, y si no, a Luton, a la otra punta de Londres... Tuve suerte, con las carreteras heladas falló medio pasaje y me dieron asiento en primera clase. Pero lo habría disfrutado más si no fuera por el momento en que los motores del lado derecho dejaron de oirse, y el avión cayó en picado unos segundos que parecieron horas, justo cuando estábamos sobrevolando los Pirineos...
Y aún otro año más, fuimos a cenar a casa de mi tía en nochebuena. Durante la cena sonó el teléfono. Se hizo el silencio, porque ya sabíamos todos qué clase de noticias eran. Nos llamaban del hospital, donde mi tío llevaba ingresado ya mucho tiempo, empeorando día a día por un cáncer ya en estado terminal contra el que llevaba luchando más años de los que he vivido yo. Esa noche lloré por primera vez en más de diez años.
Por eso cada año cuando llegan estas fiestas me asusto. Son fiestas gafes, que no me alegran el espíritu. Pero no quiero ponerme pesimista, sólo catastrofista. Intento no deprimirme, simplemente me preparo para el golpe del otro zapato. Por lo demás, pienso disfrutar cada día que pueda en estas fiestas.
Al menos todo lo que me permita el trabajo...
21.12.04
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Uala nen... esto... estas navidades estoy muy ocupado y no voy a poder quedar hasta más o menos el 6 de enero... y sí, la lotería me la pagas el 23... PERO POR TRANSFERENCIA!!!
Cuidado con la barra lateral de tu blog.
pos este año será peor, chaval, porque vamos a quedar xD
Publicar un comentario