Sí, la navidad ha llegado. En realidad ya lleva varios días entre nosotros; las luces de Barcelona ya se han encendido de forma oficial (gracias a nuestro siempre queridísimo alcalde Joan Clos) hace un par de días. ¡Ahora ya sólo falta El Corte Inglés en anunciarla y por fin habremos entrado de lleno en esas entrañables fiestas!
¡Ah, esos días fríos, con la gente abarrotando las calles y los centros comerciales! ¡Esas largas colas para comprar unas pilas, sólo porque delante de ti hay 50 personas cargadas de regalos (que más vale comprarlos pronto, que si no se llenará todo de gente y verás las colas que habrá que hacer...)! ¡Esa sensación de hermandad entre la gente, de colaboración entre pueblos, como las medidas que se han tomado para ayudar a combatir la plaga de langostas en África, que está diezmando las cosechas (se necesitaban 100 millones para eliminarla, pero desde los países ricos no se envió ni un duro; pero los más pobres enviaron 10)!
En fin, me podría extender durante un buen rato...
Una cosa curiosa que tienen estas fechas es la cantidad de críticas que reciben. Curiosamente de gente siempre deseosa de saber qué regalos tendrán este año. Criticar las navidades es fácil. ¿Producto de la sociedad capitalista de consumo? Pues sí, ¿y qué? También son unas fechas en las que hay una excusa para ver a esos familiares a los que no ves o evitas el resto del año. ¿Quién no es capaz de lanzar una sonrisa pensando en la comida familiar de este año? Todos los tíos y primos apiñados en un restaurante (o mejor aún, para que no se diga que gastamos demasiado, en casa de un familiar, que se habrá pasado tal vez dos días preparándolo todo, y que luego se pasará otros dos en recoger y limpiar toda la mierda que son capaces de generar). El pavo relleno, los macarrones para los primos con sus "no me gustaaaa", las cantidades ingentes de cava (para después volver a casa en coche, esperando no encontrarse con controles de alcoholemia)...
Uno de los momentos álgidos de la celebración suele ser cuando sale el pariente cantante (siempre hay uno), que empieza con los villancicos a voz en grito, o mejor aún, a cantar canciones que no tienen nada que ver, como una jota (por poner un ejemplo). De pronto a todo el mundo le impregna el espíritu festivo y se lían a cantar. Parecen canciones diferentes, pero un oído atento podrá llegar a descubrir que todos cantan la misma, sólo que a distintos tiempo y escala (y a veces hasta distintas notas). Ese suele ser el momento en que los primos deciden que ya han tenido suficiente empacho de adultos y se van a corretear por la casa, preferentemente a tu habitación (si es en tu casa), a jugar precisamente con aquellos objetos no destinados a esos niños. Tú, por supuesto, no puedes hacer más que mirar con cara de horror cómo tus preciados tesoros vuelan por los aires (pero ni se te ocurra intentar el rescate, porque siempre será en el momento en que aparecerá tu madre a reprenderte por no dejárselos). El truco está en tener siempre a punto una tele en una habitación y una película para niños (la que más éxito me ha dado en todos estos años es El cuchitril de Joe; les encanta).
Luego está el día de los regalos. Puede ser navidad o reyes. Pero siempre es lo mismo. Hay 3 tipos de regalos, con sus correspondientes reacciones:
1- El regalo esperado. Es aquél regalo que ya sabías que te habían comprado, porque tú mismo lo pediste. Tú sabes lo que es y ellos saben que lo sabes, así que pones una falsa cara de sorpresa y mientras lo abres dices con tono falso forzado "A ver que seráááááá". Todo el mundo ríe con la broma.
2- La sorpresa acertada. Llevas tiempo diciendo que te quieres comprar algo, pero hasta ahora no has podido. Así que el familiar inteligente aprovecha para regalar sobre seguro. Realmente pones cara de sorpresa y sonríes porque no lo esperabas y te encanta. Dos personas felices: tú y el que lo compró (también el que lo vendió, pero en eso no entraremos)
y 3- El Otro. Un regalo no esperado ni deseado. Suele venir en forma de jersey, pantalones u otra prenda de vestir que, normalmente, tu madre vio en un escaparate y compró "porque este año se lleva mucho". Te preguntas en qué país se lleva eso, o en qué año vive tu madre, mientras fuerzas una sonrisa y ya lo imaginas en el fondo del armario. El problema es que al menos durante los días siguientes tendrás que llevarlo puesto para contentarla.
La otra versión de este último es algún objeto de consumo (véase cd, película, artículo-tonto-supuestamente-gracioso...) que no te gusta N-A-D-A. Pero sonríes. Siempre se sonríe. Esta vez tu cerebro trabaja a marchas forzadas buscando una excusa que te permita hacerte con el tíquet para cambiarlo sin levantar sospechas. Un "ya lo tengo" o "parece que está algo rayado"...
En cualquier caso, y a pesar de que cada vez duran más (a este paso ya no hará falta quitar las luces, enlazaremos las navidades de 2 años seguidos), ¡que paséis todos y todas unas buenas fiestas! (y ya hablaré en otro momento de fin de año...)
30.11.04
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1 comentario:
Feliz Navidad!
Yo llevo comiendo polvorones desde mi querido Octubre...
Ay, la navidad... con sus compras, sus buenas voluntades y sus deseos perdidos...
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